Hoy es cinco de febrero. Día de Santa Agueda. Ya no me atrevo a felicitar a amigas y familaras. La última vez casi empaticé con esos árbitros de fútbol de tercera regional que si pitan un penalti en contra del equipo de casa, tienen que salir del pueblo escoltados por la guardia civil para que no le apaleen los de "a boina roscada" que abundan demasiado. Ahora los chicos tal día como hoy 5 de febrero antes de ir al trabajo nos tenemos que duchar como todos los días pero hoy con abundante agua bien fria, y tomarnos dos cafés cargados. Hay que llegar muy despiertos. No podemos dejarnos llevar por la costumbre y desear a nuestras compañeras un buen día de Santa Agueda. Antes lo decíamos por si caía algún chocolate con churros en la Granja Anita, pero tambien por aquello de resultar simpaticos con el sector femenino. ¡Hoy ni se os ocurra chavales!.
Por eso hoy no felicito a ninguna mujer salvo a la hija de una excompañera que nació tal día como hoy, que como es lógico no se llama como la santa del día. Creo que le llaman como a una fuente de esta ciudad de Huesca, pero en femenino. Antiguamente a las nacidas el dia 5 de febrero era casi obligado llamarlas Agueda. Pero ahora estaría mal visto entre las madres del cole. Hoy es mas fácil que una cría se traumatice por llamarse Agueda debido a que nació el día 5 de febrero, que por ir al cole con un telefono Android, que tambén es grave no digo que no. Los tiempos avanzan una barbaridad. Me temo que incluso a esa mala madre que llamase Agueda a su hija nacida el día 5, le harían un juicio sumarisimo impulsado por "la fiscalía para la transición ecologica" y la pasearían en un carro por toda la ciudad con un capirote en la cabeza como siglos atrás hacían con las brujas. Y a Ios gracias no la quemarían porque el fuego de hogueras emite CO2, que sino ..........¡Dios del amor hermoso, que atrasado me estoy quedando!
Pero de suyo siempre he sido rebelde y solo falta que me prohíban algo para que yo lo haga más. Hoy quiero felicitar a mi madre la "señá" Eulalia, más conocida entre las vecinas como "la trapi". Y quiero felicitar también a sus amigas-vecinas que como ella este día lo celebraba más que el día de Navidad. ¡Felicidades mozas allá donde estéis!
Ya era una tradición que ese día, el 5 de febrero o hacía niebla o cierzo frio. Esa tarde en las aulas del cole Pio XII, el del Barrio, había poca atención a la explicación del profesor o de la señorita. Todo el rato había carreras de la chavalería desde sus pupitres hasta los ventanales para ver la riada de mujeres del Barrio que ataviadas muchas de ellas con abrigo de paño negro y mantilla también negra en la cabeza, se dirigían en grupos por la calle del Barrio Pamplona hacia el cerro de las Martires. Daba gusto ver esos grupos de señoras del Barrio porque solían cogerse del brazo como si fueran grandes amigas, que a veces lo eran. Esta era su tarde, la de Santa Agueda. Era el día de nuestras madres. Y la chavalería por los ventanales buscaban nerviosos con la mirada a ver si entre los grupos iba su madre. Ese día antes de ir al cole nuestras madres nos ponían en la cartera la llave de casa, esa llave que era mas grande que nosotros mismos. Sabiamos que al llegar a casa no estarían ellas para prepararnos el bocata de carne membrillo (o de nocilla los mas pudientes). Hasta poco antes de la cena no estarían ellas en casa. Si no teníamos un hermano mayor nos acoplaban con los hijos de alguna vecina que tuviera un hermano o preferiblemente una hermana mayor para así merendar y no pasar frio en la calle. Eran tiempos en los que aún no había llegado la televisión a las casas, ni tan siquiera los frigoríficos. Esto último, lo de los frigoríficos o neveras, si que fue un gran avance. Antes de ellos nuestras madres tenían que ir casi todos los días a comprar, pues si compraban algo de carne (¡tajo bajo claro!) o pescadillas para cenar, no se podían tener mucho en casa porque la comida se guardaba en un armario o en una fresquera hecha de forma rudimentaria en el alfeizar de alguna ventana que diera a la cara norte de la casa y protegida con una tela mosquitera... Suena a años de la tana, pero fue ayer en el Barrio. Y cuando digo que tenían que ir a comprar todos los días no os creais que era bajar al super coger un carrito y comprar pagando con una tarjeta. ¡No! En el Barrio quitando la tienda de la Geno y la tiendeta de San Vicente de Paúl, no había donde comprar comida a un precio razonable. Por eso nuestra madres iban andando hasta Huesca, es decir al centro, normalmente al mercado, y compraban lo que podían. Luego volvían también andando con una bolsa en cada mano que ya al final del paseo Ramón y Cajal se veían obligadas a parar a descansar cada cien metros, y les quedaba luego subir a casa por la escalera ¿ascensores? ¿dices tu ascensores? Si el oficio de ama de casa hace unas decadas no era facil. No digo que ahora lo sea, ni de amo de casa tampoco, pero años atrás, y de eso no hace mucho, allí donde fallaba la madre la desgracia entraba por la puerta, y no me pongo melodramatico. Preguntar si no os lo creeis. Y fallar significaba que la madre falleciese, en cuyo caso la desgracia era enorme, o que falleciese o estuviera incapacitado el padre y la madre tuviera que ir a hacer faenas por las casas del ensanche. No voy a entrar aquí a hacer un debate de la falta de oportunidades que tuvieron muchos y muchas de mi Barrio. Me callo que en boca cerrada....
La misa de la ermita de las Martires
Nuestras madres ya estaban mas avanzadas que las suyas y no creían en las brujas, pero sí en las supersticiones. Faltar a la misa de Santa Agueda era de mal fario, pues a la Santa se le pedía que les protegiera del cancer de mama que aunque no tanto como ahora si que había bastante y de cuando en cuando caía la madre de algún compañero de clase.
Solía dar la misa Don Leo el parroco del Barrio. Pero cuando este no podia la daba Don Jesus el capellán de la carcel que era guapo y simpatico, de hecho no termino sus días de sacerdote, se le cruzó por medio una enfermera que iba a la carcel a curar a los presos y que curó el corazón de Don Jesús. Cuando iba Don Jesus a la misa las señoras del Barrio, nuestras madres dormían esa noche con una sonrisa picara en sus labios. Que eran nuestras madres pero también tenían sus hormonas, y nuestros padres con los años perdían glamour y sexapel. Nosotros percibiamos durante toda la semana si Don Jesús había ido mas guapo que de costumbre o no. Para nosotros su presencia era casi divina. ¡Viva Don Jesús! En mala hora se fijaría en él la enfermerita, nos quitó un gramo de felicidad infantil empatica. Cuando se marchó Don Leo, enviaron como parroco a Santiago Villacampa que además de cura era catedratico de matematicas y de la corriente de "los curas obreros" o de la teoría de "la liberación". Santiago no tenía esa "atracción vicaria". Pero ya eran otros tiempos, con televisión y los presentadores de televisión eran ya mas guapos y jóvenes que Don Jesús.
EL QUINTETO DE LA GRANJANITA
Después de misa la mayoría de las mujeres del Barrio hacían un dispendio, un roto "cuasiegoista" en la economia familiar. Se iban andando por el Coso Bajo hacia la plaza Zaragoza a comer un chocolate con churros en la Granjanita. Habían guardado un par de duros para esa ocasión. Se lo habían ganado aguantando maridos y retaíla de crios. Se lo habían ganado sufriendo partos de los duros. Se lo habían ganado lavando a mano la ropa en el lavadero de casa con agua fría. Se lo habían ganado y no hay que dar mas explicaciones, simplemente se lo habían ganado y era 5 de febrero.
El señor Antonio, el marido de “la francesa” les había puesto el sobrenombre de “el quinteto”. Eran más de cinco pero las que nunca faltaban era “la trapi” osea mi madre, “la Antonieta”, “Rosina la Civila” (su marido era Guardia Civil), “la Concha” que tenía un pie cortado de cuando se dedicaba a mendigar con su marido. Y tambien la Belén”. A veces se les unía Consuelo “la francesa” que tenía un corral de cria de cerdos y no siempre podía ir, que según decía los partos de las cerdas son muy inoportunos. También de cuando en cuando aparecía “la murciana” que era de Lorca pero en plena Guerra se enrollo allá en su tierra murciana con un guapo soldado republicano de Huesca del que solo sabía su nombre de pila y que era fontanero. La murciana al terminar la Guerra cogió un tren y se vino a ver a su fontanero con una cría en brazos. Se había quedado embarazada. Lo encontró, en la cárcel por haber combatido con los rojos.
Desde el cerro de las Mártires hasta Granjanita les costaba mucho rato. La Antonieta que estaba muy entrada en carnes, como buena cocinera que era, tenía que parar a descansar varias veces, se ahogaba. Antonieta en su juventud trabajaba de cocinera en el restaurante de El Tubo de Zaragoza que se llamaba “El Plata”. Ahí conoció a uno de Huesca y que para aquí se vino.La Concha con su pie cortado tampoco podía andar muy deprisa. Pero la peor la Belén que siempre tenía que entrar en la Tijera de Oro, luego en la Innovación y finalmente entraba en las Nuevas Sederias. Nunca compraba nada, andaban muy justos en casa, pero le encantaba creerse por una tarde la marquesa donde ella de joven sirvió como interna.
Por culpa de la Concha y de la Belén las señoras de mi bloque siempre llegaban las últimas a la Granjanita. Normalmente ya no quedaba sitio libre para el chocolate con churros. Se quedaban todas ellas en la puerta de entrada hasta que las veía el señor Antonio, el lechero, el padre de Anita, la de la Granja. El señor Antonio se hacía el despistado, pero no le quedaba más remedio que ir a saludarlas porque sino la Concha, que además de faltarle un pie le faltaba un poco de saber estar, llamaba a gritos al señor Antonio al grito de “Lechero, Lechero”, en señor Antonio en la posguerra se ganaba el sustento yendo de casa en casa vendiendo leche con dos lecheras grandes que transportaba una en casa lado del manillar de una bici sin frenos.
El señor Antonio, Antonio Claver, sacaba de la cocina unas sillas plegables y una mesa de madera. Con eso ya tenían sitio las de la placeta de San Bernardo ( el quinteto eran vecinas de bloque en el Barrio, pero ya lo fueron antes en ese antiguo edificio que hubo detrás del Ayuntamiento en la plaza San Bernardo, donde pasaron toda la hambre que se pasó en la postguerra de esta ciudad pobre y provinciana.
Las sillas plegables eran bastante pequeñas. El jolgorio se montaba cuando se sentaba la Antonieta, siempre le quedaba medio culo fuera y para no caerse le robaba parte de su silla a la Murciana que era muy delgada.
Cuando ya habían terminado de comerse el chocolate y los churros, y haberse contado todas las mentiras creíbles (para no tener que contar las míseras verdades) el señor Antonio, el Lechero, se acercaba a charrar un rato con ellas, las conocía a todas. Ellas esperaban el momento. El señor Antonio todos los años les hacía el mismo regalo. Iba a esa máquina automatica de discos, y seleccionaba el último de Manolo Escobar. El quinteto adoraba a Manolo Escobar. La Antonieta que cantaba muy bien, si se sentía con ánimo cantaba a duo con el disco de la gramola. Al terminar el disco ellas sabían que había llegado su hora de marchar. El señor Antonio, Antonio Claver, necesitaba la silla para otras clientas. El Quinteto sabía que si tardaban mucho en marchar acabarían llorando. Lloraban porque El Lechero se iba raudo a la gramola, echaba unas monedas, y ponía el mismo disco “Tatuaje” de Concha Piquer, ese que empieza diciendo aquello de “el vino en un barco, de nombre extranjero…”.
Era la canción más escuchada cuando las del Quinteto eran mozas y creían “que la vida es bella”. Empezar a sonar el cuplé y las lágrimas llenaban sus ojos…había que marchar para el Barrio, Santa Águeda había acabado por este año. Los hijos esperaban. El cuplé no terminaba…
Felicidades para el Quinteto de la Granjanita y comparsa allá donde estéis hoy comiendo ese chocolate con fondo de Manolo Escobar. Allá arriba dicen que también hay gramolas.