jueves, 21 de julio de 2022

CUANDO A EULALIA “LA TRAPERA” SE LE APARECIÓ EN CASA SU HIJO MUERTO.





CUANDO A EULALIA “LA TRAPERA” SE LE APARECIÓ EN CASA SU HIJO MUERTO (el que lleva en brazos en esta foto, el Alejandro "e pototipo da elegancia" como le bautizó un vecino allá por la dura posguerra de una "vetusta", "olvidada", pero "entrañable" ciudad de "esta tierra que es Aragón" que es Huesca, Güesqueta)


Hoy es 21 de julio y hace mucho calor. 
 
El 21 de julio de 1983

Todos tenemos en nuestra vida fechas para recordar y fechas para olvidar, y quien diga lo contrario o miente o tiene poca memoria.
 
En mi caso el 21 de julio si hace mucha calor me pongo de mal genio y me viene al paladar sabor a carbón, y eso me pasa desde 1983. Recuerdo como si hubiera sido hace un segundo que eran las 13,30 del 21 de julio de 1983 y en la calle San Vicente de Paúl no se podía estar por la canícula que pegaba de aire sahariano. Llevaba yo un cabreo de campeonato. Me estaba preparando para ir a trabajar pues había cambiado el turno y me tocaba de tardes. Me estaba comiendo unas "lentejas a la carbonara". ¿Que cómo son las lentejas a la carbonara? Pues son lentejas hechas el día de antes con olla exprés y calentadas con prisas sin tener la precaución de mirar no vaya a ser que las lentejas se hayan quedado sin agua y se quemen al calentarlas. Así fue, lentejas "con carbón". Para colmo de cabreos pasó una ambulancia con las sirenas a todo volumen en servicio de urgencias, y eso me sacó aún más de mis casillas, que tampoco hace falta mucho para eso.

Pero el sabor a ceniza o carbón de las lentejas no era lo que me había producido el cabreo, había cambiado el turno de mañanas para poder examinarme del práctico de conducir coches y me habían suspendido. El suspenso fue justo pero inmerecido. Yo hacía algunos años ya había aprobado el teórico y tenía carnet de moto grande con la que había hecho algún viaje que otro, y sabía manejar muy bien los coches. Pero el monitor de la autoescuela no me había advertido que en la primera prueba había una señal de stop, su pista de aceleración donde enseñaba a los clientes era corta y no podías reproducir bien lo que te ibas a encontrar en el examen, y eso que le pregunté a Toño el monitor -que además era amigo-  que donde debía parar, y con su guasa habitual me dijo "Sebas en la pista de examinar hay una valla al final, si te la tragas igual no te aprueban".

¡No! ¡suspender un examen para mí no era un problema! había hecho muchos en mi vida y a pesar de que aprobaba bastantes de ellos había aprendido a no hacer mala sangre cuando me suspendían. Si te caes te levantas, te limpias el polvo de tus rodillas y sigues caminando. Pero en este caso siendo que el examinador de Tráfico que me había suspendido era conocido mio y de mis hermanos, de que yo trabajaba de policía municipal en una ciudad pequeña, que era hermano de los Gracia del Rugaca y con ello era bastante conocido, tener que estar trabajando toda una tarde en el Coso aguantando las risas de compañeros y amigos me cabreaba mucho. ¡Ya verás la guasa de la gente cuando llegue luego al Cuartelillo! En Huesca hay noticias que corren muy rápido y que un municipal suspenda el práctico del carnet de conducir por saltarse un stop, es una de ellas.

Cuando llegué al Cuartelillo me cambié rápido para evitar preguntas incomodas. Cogí mi gorro salakoff blanco que llevabamos los municipales, ese que te hacía parecer a calimero, y me marché rápido a hacer el relevo "al linterna" que estaba en las Cuatro Esquinas. 
 
 
El guardia saliente de turno no se podía marchar si no llegaba el relevo. Me tocaba hacer relevo a "el Linterna" (le llamaban así porque decían los guasones del curro que tenía menos luces que una linterna, pero no era cierto, el que no tenía luces es el que le puso el mote, pues el linterna era un currante que se había forjado conduciendo un camión durante varias décadas y que aún sin saber idiomas cruzó media Europa llevando carga). "El Linterna" al verme me preguntó que qué hacía yo allí y me dio el pésame. ¿Pésame? le repliqué yo. Los guardias nos gastábamos bromas pesadas de cuando en cuando y yo pensaba que esa era una más, aunque "el Linterna" no era muy dado a las bromas. Me explicó que hacía un rato Gregorio, mi hermano, había cerrado el Rugaca y había puesto un cartel de cerrado por defunción. Había fallecido mi padre. 

Lógicamente bajé lo más rápido posible al cuartelillo, me descambié, cogí mi bici BH y bajé hasta el Barrio. Al llegar a casa estaba la puerta abierta y dentro varios hermanos, lo que pintaba a mala noticia. Al entrar, mi hermana Pili me señaló la puerta de la habitación de mi madre y me dijo ¡está ahí!. Entré y no vi nada raro. Mi madre estaba dormida como siempre pues llevaba cinco años en la cama por una artrosis deformante. Miré hacia mi hermana y vi a mi padre hablando con uno de mis hermanos. Me cabreé como un mono. Había sido una broma. Pero al final supe que mi madre no estaba dormida, había fallecido por asma en el interior de esa ambulancia que había pasado junto a mi casa por la calle San Vicente, y en cuyo interior a falta de personal médico iba mi hermana intentando hacer masaje cardiorespiratorio a mi madre. Es el precio de la democracia, el bisoño Gobierno de Aragón había asumido el transporte sanitario y lo externalizó sin exigir que las ambulancias fuera medicalizadas, desde entonces me autoexcluí de la democracia y ya no voto.
 
 
Unos meses antes 

La Eulalia era mujer de barruntos y pálpitos. Unos meses antes barruntó su final, pero se lo tomó como todo en la vida, con mucho humor que es el ansiolítico de los pobres, y así la quiero recordar. Fue como dice mi hermano Loren, "la mejor madre del mundo".
 
Eulalia “la Trapera”, esa señora de la que aún se acuerdan los portales del Coso Alto cuando en la postguerra buscaba refugio del frío cierzo que pega en esa calle en invierno, o de la lluvia, la poca lluvia que cae en la primavera o el otoño en esta seca ciudad de Huesca. Buscaba refugio en los portales, casi siempre preñada, empujando el carrico de venta de chucherías (el precedente del icónico “carrico del principal”). Si esto sucediera hoy en día diríamos que la Trapera era la CEO del incipiente negocio de la venta puerta a puerta y también CEO "técnico-financiera" de una red social de 4 hijas y 7 hijos. Mal día este para hacer calor, pero ahora voy a lo que me ocupa, a esa mañana en la que a la Trapera se le presentó un hijo que había muerto cuando aún era muy niño allá por la postguerra, un día de mucha nieve y  excesivo dolor.


Lali, Eulalia, la Trapera o simplemente “la Trapi” como le llamaban las mozas del bloque de viviendas sociales del Barrio Korea donde vivíamos, era mujer creyente y soriana del Burgo de Osma. Un poco chapada a la antigua pero sin trienios reconocidos en tales menesteres. Por eso creía algo en las cosas del más allá. Ciertamente las cosas del más aquí no le habían ido lo suficientemente bien como para creer en ellas, simplemente las sufría y callaba, como otras muchas mujeres.


Eulalia era la sufrida mujer y compañera del Osca. El Osca, Teodoro Gracia, quien probó la vida a sorbos, pocos buenos y muchos malos, todos ellos recuerdos de una dura infancia. Pero como aquellos mochuelos que buscan caza para llevar a los picos hambrientos de sus crías esperando en el nido, Eulalia y Teodoro - el Osca y la Trapi-, salieron a las calles de esta vetusta, olvidada pero entrañable ciudad de Huesca. Siempre hubo algo que llevar al nido. Ambos dos trabajaron mas que mil chinos en un polígono industrial de Sanhai después de la pandemia. Nunca perdieron el sentido del humor. Aun suenan  en mis tímpanos las carcajadas de la Trapera, la soriana reconvertida en fata, contando la anécdota que hoy os voy a relatar.


Una mañana de primavera, la de 1983 que aventuraba un verano caluroso, como todas las mañanas de los últimos años, estaba ella, Eulalia, la Trapi, viendo pasar las horas aburrida en su cama mirando al techo, soportando como podía los dolores de la artrosis deformante, con la que no había podido la cortisona. De pronto una figura humana se le presentó en la puerta de la habitación, que estaba abierta. Era un hombre alto y delgado, muy pálido, sin pelo, con ojeras muy profundas y la mirada perdida. Vestía un sayón blanco y largo, con las piernas al aire, descalzo sin calcetines y los brazos colgando inmóviles a ambos lados. Al entrar en la habitación se quedó parado mirando fijamente a mi madre. Con una voz floja y lastimera empezó a decir “¡mamá, mamá, mamá!”.


Contaba mi madre que al oírle la palabra “mamá” sintió en todo su cuerpo un miedo profundo. De ese miedo que te rasga en tus adentros. De ese miedo que te secuestra la voz y las fuerzas. De ese miedo que te trae a la memoria disgustos y desgracias forzadamente olvidadas. De ese miedo que te entregas a lo que venga sea lo que sea, como el joven ñu hace en el Serengueti cuando le ataca un león hambriento.


Esa figura humana volvió a repetir eso de “¡mamá, mamá, mamá!”.


Lali, Eulalia, la Trapera o simplemente la Trapi como le decían las mozas del  Barrio Korea donde vivíamos, hizo de tripas corazón y como un acto de defensa o de entrega al enviado del más allá le preguntó “¿Alejandro, hijo mío, eres tú? La figura humana como si de un disco rallado se tratara solo respondió “¡mamá, mamá, mamá!”. La Trapi le volvió a preguntar “¿Alejandro hijo mío, has venido a buscarme?” 
 
Muchos fueron los disgustos y pocas las alegrías de la Trapera, pero de todos los disgustos el peor de todos fue enterrar al que decía el mas cariñoso de sus hijos cuándo no había cumplido los cinco años. Solo una vez escuche a la Eulalia recordar llorando a lágrima viva como una mañana de invierno, de invierno de posguerra, con nieve hasta casi la rodilla, acompañaron andando al coche fúnebre con el ser mas maravilloso que ella había conocido, dormido con cinco años dentro de una caja de pino. Nunca tuvo fuerzas para llevarle flores a su tumba.


Como decía, esa presencia humana, que se había apostado inmovil ante la puerta de la habitación de la Eulalia, por toda razón solo repetía ¡mamá!

En esas, se escuchó en el pasillo una pisadas rápidas pero suaves. Y apareció de improvisto otra figura humana, algo mas baja, toda vestida de negro y el pelo cano. Esta nueva figura cogió por detrás a la anterior en un abrazo sorpresivo y lo sacó de la entrada de la habitación. “¡Señora Eulalia, Señora Eulalia, perdóneme, se me ha escapado y ya no está en sus cabales!”. La que decía esto era esa señora mayor que había llegado al bloque recientemente procedente de un pueblo de la Sierra, y que era una gran persona pero retraída en el trato. Vivía en el segundo piso con su hijo mayor, soltero, que trabajaba conduciendo un camión del  Ayuntamiento. Hacía tres o cuatro semanas se habían traído a vivir con ellos al hijo menor, que también estaba soltero y residía en Barcelona. Tenía un cáncer terminal y como era costumbre en esos años -¡benditas costumbres!- se lo habían traído para que los últimos días de su vida estuviera entre gente querida. Para morir con los suyos.


Al parecer esta señora del segundo piso al oír la bocina de la furgoneta con la que el panadero Santolaria repartía pan por el Barrio, bajó un momento a la calle a por una barra de pan y no había cerrado con llave la puerta de su casa porque era un minuto y en el Barrio no había problemas de tener las puertas abiertas aunque en el otro lado del río Isuela dijeran que éramos todos de baja "estufa". Su hijo que ya estaba en las últimas pero que podía andar, salió a las escaleras buscando a alguien que pudiera ser una madre protectora, al llegar al tercer rellano vio también abierta la puerta de nuestra casa, que mi hermana había dejado sin cerrar cuando igualmente emuló a la del segundo y bajó a por pan de Santolaria.


Lali, Eulalia, la Trapera o simplemente “la Trapi” como le llamaban las mozas del barrio, del Barrio Korea donde vivíamos, cuando contaba esta anécdota lo hacía con una gran carcajada pero con los ojos sinceros llenos de ese miedo que tenemos todos cuando nos toca entregar lo que se nos dio, es decir conocer en persona a San Pedro, y tomarnos unos vinos con los que nos adelantaron en el camino.

- a ella,  a la soriana-
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario